La verdad oculta: Capítulo 4º.

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...

-¿Si?, ¿Quién es? – pregunto la joven con cara de asombro.

-Buenos días señorita, permítame que me presente, soy el Teniente Howard de la Base

Militar de Stilled, perdone que la moleste tan temprano, pero estoy buscando a Suez,

Mark Suez – las palabras salieron de su boca de forma algo temblorosa.

-Soy Anah, la hermana de Mark, ¿Por qué motivo busca usted a mi hermano? – se

notaba cierta desconfianza en el tono de voz de la chica.

-Pues…, he estado haciendo unas averiguaciones sobre un problema que tubo su

hermano hace aproximadamente seis meses y me encantaría poder charlar unos

minutos con su hermano, es un problema militar – dijo el Teniente tras tomar un poco

de aire.

La chica le miro fijamente a los ojos, en los que solo encontró sinceridad.

-Espero que pueda usted hablar con mi hermano, ahora ya no es el mismo y por ese

motivo mi vida también ha cambiado – empezaron a emerger las primeras lagrimas de

los ojos de la chica.

Howard siguió a la chica por el interior de la casa hasta llegar a un pequeño vestíbulo

donde se encontraba un hombre joven, de pelo castaño y tez blanca, postrado en una

silla de ruedas.

-Adelante Teniente – le invito a pasar el joven.

-Perdone mi visita Sr. Suez, soy el Teniente Howard, no me alargaré mucho en mi visita

e intentaré ser lo mas breve posible – dijo el Teniente con voz tímida.

-No se preocupe Teniente, no tenía pensado ir a ningún sitio esta mañana, pero

siéntese por favor – continuo el Sr. Suez.

Se acerco lentamente hasta un pequeño sofá de color crema que se encontraba situado

en frente del ex militar, el suelo crujía según avanzaban sus pasos, debido a la

antigüedad de la vivienda, y por fin tomo asiento sin apartar la mirada de quien iba a

ser su entrevistado.

-Sr. Suez, quizás le resulte un poco extraña mi visita, soy licenciado en Química

Molecular y ayer mientras estaba trabajando en el laboratorio, de una forma casual

descubrí cual fue el motivo por el que tuvieron que hospitalizarle hace unos seis meses

– el Teniente hablaba en un tono alto y claro.

-¡¡La maldita fiebre africana!! – estas palabras salieron de la boca del Sr. Suez con una

gran rabia.

-Me temo Sr. Suez que lo que a usted le afecto no fue la fiebre africana…

-Esto me lo hizo esa jodida fiebre, mire como me ha dejado, ahora necesito que estén

todo el día cuidándome como a un bebe. ¿Usted sabe la impotencia que uno siente? –

dijo el ex militar con la mirada fija en el Teniente.

-Por favor, déjeme que le explique, lo que a usted le afecto no fue la fiebre africana,

sino el fármaco que le administraron para contrarrestar sus efectos. Tanto usted como

ocho compañeros, acabaron de la misma manera – proseguía Howard.

-¿y porque solo nos ha afectado a nueve personas? – pregunto Suez.

-Usted y los otros ocho militares comparten un mismo Gen en su cadena de ADN, es un

Gen que solo posee un bajo porcentaje de personas. Ese Gen en concreto al entrar en

contacto con la Fixina, que fue el fármaco que le administraron, produce una reacción

en su cuerpo la cual le produjo la parálisis que tiene ahora – Howard se sentía bien al

contarle la verdad.

En la pequeña salita interrumpió la joven chica con una bandeja con una jarra de leche

y un plato con pastas y demás dulces.

-Teniente, tiene usted cara de no haber tomado un desayuno, así que aquí tiene usted

leche y unas pastas – dijo la chica muy amablemente.

Dejó la bandeja sobre la mesita que había en el centro de la habitación y salió por la

puerta.

-Muchas gracias, son ustedes muy amables, pero ahora Señor Suez me gustaría seguir

contándole – Howard no tenia tiempo que perder.

-Adelante Teniente, prosiga – le concedió la palabra el ex militar.

-Resulta que la Fixina que a usted le administraron, ahora esta en manos de una

farmacéutica, que lleva cuatro meses comercializando con ella como medicamento

para aliviar el estrés y la depresión, por lo que debo advertir a mis superiores para que

retiren ese fármaco en el menor tiempo posible y así evitar mas casos como el suyo –

concluyó el Teniente.

-Teniente, no se a que esta usted esperando, salga ahora mismo para su destino, y yo

por mi parte le agradezco en el alma que haya venido a visitarme y me aclarase por fin

mi situación y me dijera que fue lo que realmente paso. Si necesita mi declaración, con

gusto cooperare para que se sepa la verdad – tras finalizar el Sr. Suez largo su blanca

mano para estrecharla con la del Teniente.

El sol de las diez de la mañana arremetía contra el Ford, el coche se alejaba velozmente

de la pequeña granja en dirección a las instalaciones militares. Su conductor mantenía

la mirada fija en el horizonte, era como una meta por la cual podrían salvarse muchas

personas de tener un final idéntico al del Sr. Suez.

A medida que el vehiculo avanzaba, podía vislumbrarse en la lejanía las instalaciones

militares. El Teniente Howard se sentía muy emocionado y excitado por la información

que poseía, su destino era contárselo a sus superiores, para que así, pusieran punto y

final a este gravísimo incidente.

El coche pasó la primera barrera para entrar en las instalaciones en la que tubo que

mostrar su identificación. En la segunda barrera, que estaba siendo vigilada por cuatro

militares que protegían una gran puerta metálica, la cual conducía al parking principal,

le hicieron firmar en un registro, para quedar constancia de la hora y el día de su

entrada. El Teniente se aproximó al aparcamiento donde el día anterior había tenido el

coche aparcado, aun permanecía vacío después de su apresurada salida, aparcó el

vehiculo y apago el motor.

Cuando se dirigía al complejo G, el Teniente dedicó una mirada triunfante a la estatua

de Frank Ronalson, se quedó unos segundos mirándola como si esperara una respuesta

de esta, y continúo caminado. Mientras subía las escaleras metálicas que conducían a la

primera planta, mantenía una sonrisa imborrable en su cara. Nunca se había sentido

tan emocionado.

Tras llegar a la puerta del despacho del General Perskin, aclaró rápidamente sus ideas y

se dispuso a entrar con aires de grandeza.

-Señor, soy yo, el Teniente Howard – se presento el Teniente.

-Ahh..., es usted…, pase, pase, no se quede en la puerta – le respondió el General un

poco asombrado.

El Teniente entro en la oficina del General y esta vez si tomo asiento en las sillas

destinadas a la visita.

-¿Y que es lo que le trae por aquí? – preguntó el General...


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