Rugía el motor. No importaban los cuatro autos que tenía por delante. El embrague pisado a fondo y el acelerador amenazando con la rauda partida. Una mano apoyada en la palanca de cambios en primera, la otra firme en el volante. Esa sensación inigualable, esa adrenalina única, esas gotas de sudor que empiezan a brotar en la frente. El momento de la partida se aproxima.
Desviando la vista apenas a la derecha la ve a la chica, también preparada, quizás para demostrar nuevamente que una mujer también puede triunfar en esta partida. Ella, con la mirada fija al frente, no hace alarde de su potencia, pero está tan atenta como él. El momento de la partida se aproxima.
Al más grande parece no alcanzarle su primer lugar en la fila, desafía las reglas avanzando antes de la luz de partida. Adivina, o quiere adivinar, el momento exacto, para estar ya varios metros delante de los otros. Sabe que no podrá sostener el ataque, pero arbitrará todos los medios a su alcance para conservar su posición. El momento de la partida se aproxima.
Hay algunos más atentos, otros quizás increíblemente distraídos que tendrán que soportar el embate violento de quienes esperan detrás. Cuando el momento está por llegar, una especie de gran enjambre, con el ruido de avispas multiplicado por millones, parece escurrirse por cada pequeño espacio y dejar a todos detenidos.
El momento ha llegado, la luz de partida está a punto de brindar el color verde brillante que permitirá dar rienda suelta a nuestra tensión acumulada. Aceleradores a fondo. Pelear cada posición, cada metro. Atacar al remiso que no debería estar acá, que no se da cuenta de la vital importancia del momento.
Luz verde, partida, momento de violencia, de ruidos extremos, descarga de adrenalina. Córdoba y Gallo a las cinco de la tarde.
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