Lárgate.

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Apenas puedo resistir la tentación de acabar con todo esto, eyacular de una buena vez y poder arrancarte de mis sueños húmedos durante esos segundos de combustión y convulsiones que me anula la razón y me lanza despedido hasta el noveno cielo.

Y es que para mí, el sexo en su totalidad se reduce al sueño de alcanzarlo. El simple hecho de imaginarte desnuda sólo para mí, dispuesta a todo en ese ring al que llaman cama sólo para mí, mientras de tu entrepierna brota tu excitación en forma de llanto de desesperación por una buena ración de embestidas violentas y salvajes, de esas que te hacen pensar por momentos que tu sexo apenas va a poder contener semejante ración de brutalidad por mi parte.

Y pensar que me esperas a cuatro patitas sobre la cama, con el trasero levantado, a la espera de tu dosis de azotes y mordiscos. A la espera de mi sexo, de mis susurros al oído preguntándote, con voz lasciva: -¿Te gusta así? -mientras te embisto lentamente, y me retiro estratégicamente despacio para que sientas todo el recorrido de mi glande desde lo más profundo de tu vagina hasta los mismos labios de la misma. -¿O lo prefieres así? -A la par que te perforo con mi sexo, hasta que nuestros cuerpos chocan y no te queda más remedio que pararnos a ambos apoyando tu precioso rostro sobre la almohada, mordiéndola para ahogar un gemido roto de dolor.

Apenas puedo controlar mi deseo, y ya cuento los segundos de espera hasta que pueda volver a adueñarme de tu temperatura corporal, para subirte hasta el punto de ebullición y no dejarte bajar hasta que la mezcla de nuestros fluidos no sean más que vapor.

Podría hacerte tantas cosas ahora mismo que el resultado sería tan tórrido como un incendio en un almacén de dinamita. Y tú, querida, y sólo tú eres la mecha que necesitaba para mi llama. Tú que ahora me lees, y no puedes refrenar el impulso de llevar tus dedos hacia tu sexo, y acariciarte levemente por encima de esa ropa interior mojada.

Tú que piensas en mi nombre, y sólo ansías sentir el hechizo eléctrico entre tu piel y la mía. Tú que incorporas un: -“…Zen…” a tus gemidos. Tú que susurras mi nombre justo antes de poner los ojos en blanco, justo antes de perder el norte, y que me culpas de todas y cada una de tus noches de insomnio con final feliz… Tú.

A ti dedico mi orgasmo de esta noche, mientras imagino que es tu mirada la que me seduce, que es tu flujo lo que me lubrica, y que será en tu piel donde se funda mi pasión más desenfrenada.

Porque ya eras mi nueva víctima incluso antes de poder percatarte de ello, y porque no pienso dejarte escapar hasta que tus sueños eróticos y los míos no sean más que recuerdos compartidos y un entrenamiento bien servido.

Y por ti brindo con la noche, derrumbado, con la imagen de tu rostro más pícaro en mi cabeza, con todo el cuerpo tenso y los músculos de las piernas agarrotados. Y mi sexo dispara a matar, a ráfagas de lujuria, un semen que lleva tu nombre por causa, cura, y efecto.

Pero sabes que no podré calmarme. Que mañana volveré a por más, porque tan sólo vivo por ese par de segundos en el que tu alma viaja a otro mundo y dejas escapar mi nombre al correrte como una zorrita en celo. Y que no te soltaré hasta que el fuego de tu sexo no sean más que cenizas por fricción.

Lárgate de una buena vez, y deja de ocupar todo mi tiempo en pensamientos trascendentes sobre el sabor de tu piel.


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