Tuvieron que pasar tres semanas y dos días exactamente, para ver mi nombre en la lista de los dieciocho. Ese día celebré con Nathan y Ms. Redmond in my place. Ese día llamé a mi madre y le conté la noticia, le pedí también que me indicara como preparar una causa rellena y ese día cociné para ellos. No importaba si quedó bien o no, lo que quería era agradecerles, por estar ahí en los momentos difíciles. Por ser los únicos amigos que hice en tres semanas y un día en Inglaterra. Con ellos celebré más allá de que Nathan ocultara su pena por no aparecer en la lista. Él estaba contento por mí, sabía que tendría la oportunidad de debutar, aún era joven y ocupaba el puesto que Garrido, pronto debería soltar. Esa noche lloré de alegría. Quedé dormido con los ojos húmedos y una sonrisa bien dibujada en los labios. En tres días debutaba.
Y llegó el día sábado. Siete de la noche en punto. Norwich City versus Sunderland. Salgo al lado de Bassong que sonríe sorprendido, nada puede quitarme ésta sonrisa del rostro. Escucho la charla del técnico a medias, mi cabeza y mi mirada están ahí, en el gramado del campo. El campo que pisaré dentro de poco, y el que será testigo de mi primer paso en Europa. Nada podría jugar en mi contra. Porque he vencido el miedo al fracaso y ésta es la recompensa.
Salimos todos del camarín y finalmente pisamos la cancha, el público canta una canción de The Beatles mientras me ubico en la banca de suplentes y veo todo como hace mucho no veía. Pasan los minutos y empiezo a desesperarme, me lo dicen mis piernas que no dejan de moverse. Sin embargo, parecían ser horas los minutos y minutos los segundos que pasan sentado ahí, en ese banquillo. Observo a Bunn, el portero suplente y me apiado de él, parece tranquilo sabiendo que las únicas dos posibilidades que tiene para atajar son dos. Que expulsen al arquero titular o que se lesione. Bastante improbable.
El árbitro toca el pito dos veces y se acaba el primer tiempo. Todos nos ponemos de pie y de vuelta al camarín. El resultado es un doble cero. Alguien me toca la espalda y me doy cuenta que es el coach, se acerca y me dice you´re in. Y yo reacciono asintiendo la cabeza, el momento había llegado, todo lo que me había preparado en veintitrés días se resumían a cuarenta y cinco minutos. Si demuestro de lo que soy capaz ahora, seguro que nadie me saca del once inicial.
Hoy hago dupla con Becchio, quien no se ve muy convencido por el cambio, es envidia futbolística. Si me luzco ahora probablemente él pague las consecuencias. Pitazo y ahí vamos, corriendo detrás el balón es todo lo contrario a estar sentado en la banca. Aquí los minutos parecen segundos, ya van casi veinte y yo no he tocado la pelota, no es casualidad. Éstos tipos aún no confían en mí, me desmarco, abro los brazos y apenas y me miran. Entrando a los setenta y cinco minutos, Bassong me manda un pelotazo. La mato bien de zurda, la alejo del rival, saco el centro y por poco Becchio conecta.
Es simplemente saque de arco y algo sucede. El árbitro pita varias veces y señala el banquillo, volteo la mirada y logro divisar en el borde del campo a Snodgrass, el volante escocés que juega detrás de mí. El mayor asistente en mis goles en las prácticas. Ingresa por Becchio y me dice que seré el único delantero. A ésta altura del partido, el visitante se estaba apoderando del balón y de las ocasiones de gol. Y entonces saca el portero y la gana Snodgrass arriba, tomo el balón y corro hacia la izquierda. No hay nadie más que el escocés en ese lado, se la tocó y empieza la corrida. Avanza unos metros y los defensas contrarios le cierran el paso y entonces hace lo que no pensé que haría. Acaba con las fronteras, los idiomas, las diferencias y todo lo que nos separa de nosotros mismos. Juega al fútbol sin mirar a quien, sin importarle que algún día alguien pueda quitarle su puesto como ya lo hicieron. Juega para el equipo así como el equipo juega para él.
Me la pasa de taco. Me la deja lisa, hermosa, frágil y lujuriosa. Lista para ser acariciada y así lo hago. En el minuto ochenta y tres, cuando ya el público sumaba un punto más para los Canaries, le pego de zurda, con la cara interna. Como una cachetada cariñosa a una persona querida, un signo de confianza. La toco y la sigo con la mirada, volando, curveándose y entrando al arco. Sí, anoté un gol. El primero en Europa y no será el único. Le doy tres puntos al Norwich y ellos me adoran, me abrazan cuando me acerco a ellos para celebrar el gol. Y miro al cielo, apunto con las dos manos. Agradeciéndole a Dios no por permitirme hacer ese gol, sino por inventar este deporte tan hermoso.
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