A LA CUBANA 1 de 3

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Habíamos cumplido los 18. Nos fijábamos uno al otro y estábamos convencidos que en breve conquistaríamos el mundo. Nos parecía que debíamos de ser muy, pero que muy felices por ello. Por estar "libre". Hemos cumplido con lo de estudiar, levantarse temprano, dar explicaciones por cada movimiento que hacíamos, etc. O al menos eso pensábamos. Y por su puesto, como unos hombres de verdad, teníamos que celebrarlo a lo grande. Conseguimos una botella de ron casero…y allá fuimos. Al escondite de siempre, cerca de la vieja y abandonada línea ferroviaria que antiguamente transportaba la producción de la Azucarera. Allí, entre unos arbustos de jazmín teníamos nuestra madriguera, compuesta por tres cajas de madera, para los tres, y una bobina metálica que servía de mesa. Justo cuando, entre carcajadas de complicidad estábamos repartiendo los vasos y vertiendo el preciado líquido, apareció Nicolás. El era mi vecino. Nos llevaba unos 5 o 6 años. Estudiaba algo de física o química en Habana. Nunca hablábamos de eso. Se trincó a un chisguete la copita de ron, mordió un poquito del pollo asado y con una voz sorda dijo:

- Me han destinado de guardia en los barracones de la Azucarera. Hay unas 24 chicas en los módulos 13 y 14. Los que están junto a la valla. Son de vuestro colegio, del noveno creo. Las han mandado ayudar a las camaradas de la fábrica. – prosiguió casi susurrando. – Las del 13 han pillado una botella de brandy, tabaco y…se han puesto cachondas a tope. Me mandaron a buscaros, ya que les estaba comentando lo del fin del curso y eso. – acabo, y por fin tomó aire.

Nos miramos, llenamos los vasos, brindamos por el nuevo comienzo y…como en un sueño nos encontramos frente el agujero de la valla de alambre. Si nos pillaban, íbamos directamente al calabozo, por alternar el orden establecido y no se que mas. Primero fue Raúl, luego Ricardo, Nico y al final yo. Estaba anocheciendo cuando nos acercamos al barracón nº13. Pegamos las orejas a la finita pared de madera con la pintura descascarillada y guardamos aliento. Con el corazón en la boca y mucha esperanza afilamos los oídos, y con alivio escuchamos las precavidas risotadas de las chicas. Todavía estaban despiertas. Nuestros tímidos golpecillos sobre la puerta provocaron un sepulcro silencio. Pasaron varios minutos antes de que la puerta se entornara.

- ¿Quien es? – preguntó una vocecita susurrando.

- Soy Nico y…los tres "R"es. – dijo despacito, refiriéndose a nosotros. Ricardo, Raúl y yo, Rubén.

- ¿De veras? - se escuchó. – Entrad…

Continuarᅅ

Rúen Pautalia

05.03.2014


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