Caballero del este

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Despunta tímidamente la luna plena entre las dunas, con ese olor tan característico nocturno y depredador de la caza, se despereza mientras echa una de sus preciosas sonrisas al horizonte, con un gesto grácil se alza sobre sus piernas, igual que ayer, noche  tras noche por los siglos, y durante milenios.  

Entre el sol y la luna transcurre un tiempo de grandes victorias y desastrosas derrotas, alegrías, tristezas y algunos duelos, en definitiva tiempos de azúcar y desdicha. 

Hay en este árido desierto de arenas blancas, viento del este, cálido y seco, que porta algo más que palabras ahogadas en una garganta, más que oraciones oradas con fervor a la diosa imaginaria de fe tardía, trae hasta nuestros  oídos susurros de gritos lastimeros y ecos melódicos, restos residuales de antiguas súplicas. 

Amanece un nuevo día,  y bajo este sol abrasador nuestras miradas se cruzan, la suya casi felina, segura y altanera; la mía como la de quien está perdida en el laberinto de sus propias dudas; sus ojos no dicen nada pero trasmiten esa paz que ansío. Me agrada sentirlo cerca, aunque muchas veces sea igual a un espejismo. 

Eso es hoy pero mañana sin ninguna duda nuestros papeles se invierten.

Entre auroras transcurre un tiempo de grandes victorias y desastrosas derrotas, alegrías y tristezas que compartimos juntos, en definitiva tiempos de azúcar y sal; mientras mi “caballero del este”, alrededor de nosotros, apreciado amigo, brilla el acero, brota la sangre y el viento imparable… sopla.



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